Palabras claves

Paisaje – Pequeña arquitectura – Cultura

Se presentan aquí seis intervenciones realizadas junto a estudiantes de Arquitectura en la Escuela de Talca, desarrolladas a lo largo de la cuenca del río Maule, desde la frontera andina al océano Pacifico, situadas en climas, geografías y culturas diversas, demostrando que aquella heterogénea especificidad en que se habita el territorio aporta, en su (re)conocimiento, potencial producción de legitimidad al quehacer disciplinar: estética, pero también contextual.

En última instancia, se decidirá en la práctica.

Theodore Adorno

Se presentan aquí seis casos de estudio desarrollados junto a estudiantes del último año de Arquitectura en la Escuela de Talca a partir del trabajo final de carrera, cuyos objetivos son investigar, gestionar, diseñar y construir una obra de arquitectura de pequeño formato. Se trata de seis intervenciones situadas a lo largo de la cuenca del río Maule, desde la frontera andina al océano Pacífico. Se sitúan en climas, geografías y culturas diversas a lo largo de los 250 kilómetros que separan ambas fronteras, demostrando que aquella heterogénea especificidad en que se habita el territorio aporta, en su (re)conocimiento, potencial producción de legitimidad al quehacer disciplinar: estética, vinculando la producción formal a la exploración matérica que proviene de la necesidad de construir «con lo que hay»; pero, también, legitimidad contextual al vincularse a los pormenores de una forma centrípeta de habitar el mundo.

Al recorrer el territorio, al estudiarlo, dibujarlo, el Maule emerge como un croquis, territorio que se construye y reconstruye en la forma de una corografía, vale decir, como la descripción compleja y pormenorizada de un área específica, con relativa independencia de los espacios mayores que pudieran contenerla. El despliegue de sus particulares circunstancias se encarna en la figuración de toponimias, nomenclaturas endémicas, hitos memorísticos que se reiteran y que terminan operando como una intertextualidad espacializada en el proceso que acompaña al recorrer, aprehender y representar el paisaje cultural de la región. El territorio es, así, objeto de una medición estimativa y directa, un cálculo relacionado tanto con la abstracción y la técnica cartográfica y planimétrica donde va quedando registrada la experiencia del investigador arquitecto como, más aún, con las impresiones del ojo que observa o el cuerpo que se desplaza por aquellos espacios y que va quedando anotado en los diversos soportes.[1]

Las intervenciones arquitectónicas que resultan de este proceso surgen de la construcción de una mirada heterotópica,[2] a veces inexacta, pero comprometida con aquello «otro», que busca en las remanencias dejadas por la modernización del territorio los elementos cotidianos que permitan anclar la obra al devenir identitario de los lugares y sus habitantes. En este sentido, estas pequeñas intervenciones provisionales ponen en valor, rescatan, manifiestan las virtudes de lo pequeño. Muestran, cada una de ellas, la incidencia no menor de una experiencia centrípeta del mundo, un modo de auto organización y construcción de la realidad que suele actuar bajo el criterio de sus códigos específicos, sin desentenderse de latitudes externas a resultas de una hibridación ineludible.

Aceptando que lo global y lo local coexisten, para bien y para mal, en los diversos aspectos que para la obra arquitectónica y su diseñador puedan significar, lo visto en estos años en la Escuela de Talca es que esta mirada excéntrica de la modernidad[3] permite (re)mirar lo global desde lo local, lo urbano desde lo territorial y lo espacial desde lo material a partir de obras que se construyen principalmente con lo que se tiene disponible.

CORRAL ABIERTO

La alta cordillera se habita en enclave, esto es, en la contingencia de lo topográfico y lo climático. Todo el habitar de las altas cordilleras es contingente al medioambiente dado que la supervivencia depende de saber leer los signos. Es, quizás, por ello que el arriero de la zona central de Chile no ve el paisaje sino el territorio y sus detalles, los elementos que le sirven de guía, de mapa real o mental, para la navegación por un medio a ratos hostil. Una de estas rutas es la que conduce al fundo Campanario usado para los pastoreos estivales; frontera y destino de estos pequeños grupos trashumantes y sus cabezas de ganado que dependen cada vez menos de estos valles de altura.

En el espacio topográfico, la toponimia designa, como si fueran nombres de calles o plazas de escala ciclópea, los espacios, los usos e, incluso, las historias y sus protagonistas. Corral Abierto es uno de estos lugares en la ruta destinado a juntar el ganado, comer, dormir, hacer la posta. El dispositivo diseñado y prefabricado por Edgard Torres surge, entonces, como una concentración de energía, un punctum en un territorio que apenas se deja recorrer, un minúsculo espacio de reposo. Las piezas de madera que se apilan formando anillos van disminuyendo su tamaño formando una pirámide simétrica que, cobijando del sol abrasador, genera una ventilación vertical que saca el humo de la fogata y permite colgar los cacharros para azar la comida. La estructura apoyada sobre las rocas existentes forma un prisma unitario y esencial que aparece al caminante como excepción, facilitando en su interior el surgimiento de los rudimentos de la vida.

UN MIRADOR Y UN MUELLE

El embalse Colbún toma su nombre del cerro que lo flanquea. Fue en los años 80 la mayor central hidroeléctrica del país y la de mayor impacto medioambiental en Chile después de la minería; modificó la flora, la fauna y el clima del lugar para siempre. Conmueve por ser un territorio altamente agredido y por ser un paisaje que cambia cada temporada debido —especialmente— a la variación del nivel del agua. La pequeña comunidad residente y un puñado de turistas defienden el nivel en la cota 436 m s. n. m. para, al menos, gozar de la única virtud que pudiese tener la inundación: balneario estival.

Se trata, entonces, de un observatorio medioambiental y un soporte social ubicado en la rivera poniente junto al pretil denominado camping Los Quillayes de propiedad municipal. Infraestructura que busca ser herramienta de medida de la variación de la cota, un edificio de cuantificación hidrométrica y paisajística. Construido principalmente con madera y hormigón, se sitúa sobre la cota en disputa. La superficie oblicua que permite ascender al mirador deja por bajo dos poltronas sombreadas que permiten algún reparo al sol abrasador de verano. La estructura se transforma en embarcadero cuando el nivel del agua recupera el máximo, revelando cada temporada que los asuntos del paisaje aquí siguen siendo meramente económicos.

RECONSTRUIR UNA SOMBRA

Hacia finales del siglo XVII la milicia colonial intentaba cruzar el río Maule sin conseguir romper la frontera. Pretendieron fundar la ciudad en las inmediaciones de la mina de oro El Chivato, pero fue incendiada en varias ocasiones, por lo cual, finalmente, solo quedó apostado un fuerte militar para proteger la ciudad que se erigiría a mediados del siglo siguiente unos kilómetros al norte. Aún perdura el nombre El Fuerte en la gran estancia donde se sitúa la pequeña comunidad de Quinantu, que en el terremoto de 2010 perdió alguna de sus antiguas casas, parte de la edificación original del antiguo fundo y su escuela básica, de la que solo queda la chimenea y parte del piso de hormigón.

La obra se erige junto a la sede social entre la medialuna del rodeo y la casona del antiguo fundo El Fuerte. Se trata de una secuencia de pórticos de madera que reconstruyen el espacio del antiguo salón de la escuela que rematan en la chimenea, hoy destinada a cocinar con leña. Las piezas de roble pertenecieron a la añosa estructura y el pavimento es parte de los restos de la misma. Los marcos de madera sirven para tensar una tela que da sombra a los eventos sociales que organizan los vecinos especialmente en tiempo de cosecha.

UN BALCÓN PARA UNA HISTORIA

En los años 70, esta locación fue testigo de un momento trágico: el cierre de una de las minas de oro más antiguas del valle Central de Chile (y de las más pequeñas). Explotada originalmente por los Incas hasta la llegada de los conquistadores, El Chivato fue uno de los enclaves más australes de la etnia altiplánica y el río Maule la frontera Mapuche inquebrantable.

Ubicada en el cerro El Águila, a unos 3 km al noreste del caserío de Santa Rosa de Lavaderos —donde aún persiste alguna pequeña actividad aurífera artesanal—, la obra se sirve de algunas de las preexistencias y ruinas del último período de explotación, así como de un paisaje otrora nativo, hoy cubierto de especies destinadas a la industria maderera. Los restos de bosque, las ruinas industriales, el estero del antiguo relave, sirven de apoyo estructural y narrativo que aspira a poner en valor un paisaje cultural que aporta a la identidad de la región.

La obra está constituida a partir de un cuerpo esquelético de barras de acero estriado que adopta la forma de un bauprés, una frágil estructura que permite acercarse al entorno, sobrevolarlo. El elemento rectilíneo forma una plazoleta al situarse paralela a los muros permitiendo un breve descanso a los ciclistas y caminantes esporádicos. Un cuerpo secundario sostiene el conjunto impidiendo, momentáneamente, que continúe su deterioro por la erosión y el abandono.

HACER UN FUEGO

A la llegada de los conquistadores que buscaban fortuna, el ahora llamado valle Central de Chile suponía grandes riesgos de emboscadas, y los poderosos feos que cada tanto aparecían cortando el camino suponían una dificultad, a veces, imposible. Así, el recorrido preferido por aquellas primeras huestes extranjeras fueron los antiguos caminos indígenas que atravesaban la cordillera de la Costa fundando los poblados más antiguos de la Nación y fundiéndose con las culturas locales.

Trescientos años después, aún se mantienen algunas de aquellas prácticas fruto de la hibridación de dos culturas. La alfarería es una de ellas. Un grupo de mujeres en la localidad de Pilen es uno de sus baluartes, patrimonio humano que, a pesar del virtual abandono, ha logrado poner a su oficio a resguardo, enseñando, fabricando, vendiendo sus artesanías.

La obra construida con una técnica experimental de quincha armada con malla de acero supone la posibilidad de mantener esta práctica viva: es una sala de clases para los días en los que el clima frío no permite estar al aire libre, una sala de exposiciones y, también, el lugar donde atesorar sus mejores piezas, al tiempo que atrio de reuniones con forasteros interesados en sus historias.

RECUPERAR UNA PLAYA

Las lentas aguas de la desembocadura del río Maule vieron, antes del embancamiento y fin de la navegación fluviomarina, zarpar rumbo a California las embarcaciones que dieran fama a estas tierras y a sus productos agrícolas en tiempos de fiebre del oro. Con la navegación por el río ya extinta y, con ello, el declive del puerto mayor de Constitución, olvidaron sus visitantes aquel lugar desde donde se despedía a «faluchos» y sus marineros: la roca de las ventanas y su playa artificial, generada por las obras fallidas del puerto hacia 1880, hoy abandonadas.

La obra se sitúa en este antiguo sitio de pañuelos enarbolados, y que el siglo XX vio transformar en basural al tiempo que se emplazaba la primera planta de celulosa de Chile, instalada allí junto al mar a principios de los años 70. Construido con piezas de madera de diez pulgadas y vinculadas a enormes rocas del lugar a través de piezas de hormigón, el pequeño proyecto construye una línea de líneas, de rocas, de bancas, de mesas. Soportes para flâneurs dominicales, impiden se vuelva a depositar detritus en este paisaje extraordinario donde aún persiste la geografía potente de sus roqueríos, allí donde el mar se encuentra con uno de los ríos célebres de nuestra geografía.

La imagen de diversos mundos considerados pre modernos, desalineados de los objetivos globales de desarrollo, sobreviven como «residuos»: elementos formados en el pasado, pero que permanecen vigentes y activos dentro del proceso cultural, remanencias que aún se practican y que aún tienen un influjo significativo, normalmente en pugna con la cultura dominante (según Raymond Williams). Aquellos espacios periféricos, rurales, suburbanos, meandros de la modernidad, en palabras de Juan Román, suponen una fuente de sentido para la actual percepción de crisis generalizada.

Si bien las obras aquí expuestas constituyen un conjunto de episodios rurales, en tanto modo de vida que a su vez contiene un modo de proyecto, resulta más interesante identificarlos con la búsqueda de modelos alternativos a lo centralizado; en lo arcaico de aquellos remanentes, revisados a la luz de elementos de la actualidad, surge la posibilidad de un lenguaje contemporáneo[4] a partir de las lógicas materiales de su producción: los materiales y técnicas disponibles, el clima, el conocimiento del entorno, etc., definen la obra generando una performática de la producción que propone retomar la reflexión (ya realizada en muchas oportunidades antes de esta) sobre qué significa lo matérico en arquitectura.

Referencias bibliográficas

Agamben, Giorgio. Qué es lo contemporáneo. Venecia: Facultad de Artes y Diseño de Venecia, 2008.

Chaparro, Adolfo. «Tiempos (pre/post) Modernos». En Modernidad, colonialismo y emancipación en América Latina, 19–40, 2018.  http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20180803121753/Modernidad.pdf

Foucault, Michael. Of other spaces. Diacritics 16, 1986.

Notas 

[1] Tal ha sido el trabajo del Taller de Investigación realizado en la Escuela de Talca por los académicos Mario Verdugo y Germán Valenzuela bajo la pregunta: ¿Cómo se dibuja el Maule?, apelando a la necesidad de aprehender el territorio y los posibles vínculos entre identidad, territorio y arquitectura contemporánea.

[2] Michael Foucault, «Of other spaces», Diacritics 16 (1986).

[3] Adolfo Chaparro, «Tiempos (pre/post) Modernos», en Modernidad, colonialismo y emancipación en América Latina (2018), 19–40.  http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20180803121753/Modernidad.pdf

[4] En el sentido que esta idea tiene para Giorgio Agamben (2008): «solo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las marcas de lo arcaico puede serle contemporáneo (…) lo Arcaico significa próximo al arké, es decir, al origen, [pero el origen] no está situado solamente en un pasado cronológico: es contemporáneo del devenir histórico y no cesa de operar en él, como el embrión continúa actuando en los tejidos del organismo maduro y el niño en la vida psíquica del adulto. El desvío —y, al mismo tiempo, la cercanía— que definen la contemporaneidad tienen su fundamento en esta proximidad con el origen, que en ningún punto late con más fuerza que en el presente».

 

Cómo citar

Valenzuela, Germán. «Seis obras a lo largo del río Maule». Polis, n° 19 (2021). https://www.fadu.unl.edu.ar/polis

 

Germán Valenzuela B.

Arquitecto por la Universidad Marítima de Chile y Master en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña. Es co-fundador y ex-director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, donde es profesor de diversos cursos.

Ha sido profesor invitado en diversas Escuelas de Arquitectura en América y Europa. Ha organizado y participado de eventos para la difusión de la arquitectura latinoamericana, entre ellos el Seminario del Territorio al Detalle. Fue asesor de arquitectura para el pabellón de Chile en la 15 Mostra Internazionale di Architettura (Biennale di Venezia 2016).