“Estamos sumergidos en el vértigo de la aceleración, del cambio, de la movilidad, fenómenos que definen nuestro mundo actual. […] nos sentimos atrapados en una inmensa maquinaria cuyo ritmo se acelera y de la cual pareciera que no podemos pretender liberarnos, sino tan solo tratar de subsistir en su interior con algún éxito.”
Aunque resuenan aquí los ecos de la experiencia de la modernidad descripta por Marshall Berman, las palabras –muy anteriores, pero igual de poéticas y algo desoladas- pertenecen a Lala Méndez Mosquera, en su primera editorial en summa, en julio de 1966.
La cita nos recuerda que nuestro mundo es todavía contradictorio y que sin embargo vale la pena reconocer estas contradicciones, esta complejidad y multiplicidad, para renovar el empeño en reflexionar, conocer, hacer, proyectar, manteniendo un entusiasmo que debe –no obstante– evitar la ingenuidad.
¿Podemos hacer la revista sin necesariamente hablar de nuestras circunstancias? Sí. No.
Sí. Porque algunos temas y problemas siguen siendo determinantes para las disciplinas de diseño, siguen allí como motivos de nuestra praxis y nuestras preocupaciones. La historia de los objetos o el funcionamiento técnico de un espacio, los concursos como apuesta por el debate de ideas, la construcción de lo público, la investigación, la vida académica o la experiencia de la lectura.
No. Porque el largo tiempo sin la presencialidad nos demostró que podemos salir de nuestra inercia, construir nuevos espacios de trabajo, nuevos enfoques. Porque todos estos temas abrazaron ahora el desafío de ser mirados con (más) curiosidad, desde un lugar a veces inasible y sin embargo poderoso y extrañamente cercano.
Polis es quizás esa heterotopía, ese lugar otro en el que se yuxtaponen y tensionan las ideas, la memoria, las diferentes dimensiones del diseño, los intereses: un territorio en el que pueden estar juntos estos objetos como evidencia de nuestro mundo, complejo y contradictorio, fascinante e inquietante a la vez.