«Las innovaciones constituyen un tema vigente y relevante. Gobiernos, universidades, empresas y organizaciones asumieron su importancia. Cada vez más está establecido que motorizan las economías y dinamizan el cambio técnico y social…». Así se convocaba a esta edición de Polis, que eligió el tema de la innovación para celebrar los 35 años de la FADU.

El desafío de este número 18 resultó doble. Por un lado, abordar un tema accesible al sentido común que, una vez rasgada la superficie, presenta una profundidad conceptual que lo torna arcano y contra-intuitivo. Por otro, hacerlo desde unas disciplinas que son más sociales que ingenieriles, donde la dimensión estética impregna las prácticas y en las que implementar soluciones novedosas resulta tan ubicuo como naturalizado. Para la FADU, romper moldes, innovar, es rutina desde su origen.

Felizmente los trabajos que aquí se presentan ayudan a remontar estos desafíos y permiten tanto visualizar elementos teóricos consolidados del mainstream sobre innovación como apelar a otros en estado de debate.

La corriente principal sobre el tema está compuesta por potentes y bien financiados enfoques y campos: economía de la tecnología y la innovación, evolucionismo y economía neo-schumpeteriana, sistemas de innovación, manuales de innovación, modelos de aprendizaje, relaciones usuario/productor, enfoque de redes, modelo no lineal, sociología de la tecnología, políticas científicas y muchos otros a los cuales hay que sumarles las clásicas —y legítimas— visiones «…desde el Sur» (Arocena y Sutz, 2006).

A esto le corresponde un argot cada vez más presente en las carreras de diseño: innovación de proceso, de producto y organizacional, innovación radical o incremental, agentes y sujetos de la innovación, tipos de aprendizaje, estilo, dinamismo y ambiente innovativo, procesos de difusión y estabilización, paradigma, grupos sociales relevantes, design thinking y otros tantos más que nos ayudan a presentar, uno a uno, los artículos de esta edición.

Comenzamos con «Aqua Pluvia, una alternativa sustentable para aprovechar el agua de lluvia», de Saposnik y Allassia, en el que las autoras nos muestran un caso clásico de proyecto de innovación de producto inspirado por un problema local relevante —la gestión del agua, percibida ahora como un elemento crítico en la nueva sensibilidad ambiental—. Este diseño novedoso nos brinda también la oportunidad de recordar que toda innovación se da en el marco de un paradigma tecno-económico, situado y determinado, el cual provee un conjunto de tecnologías genéricas de amplia aplicabilidad (Pérez, 2010) —por caso el plástico moldeado, las luces LED, las bombas eléctricas, los controladores electrónicos relativamente baratos y, por supuesto, los sempiternos lavarropas—. Los paradigmas también proveen modelos de ideas de sentido común que actúan directamente sobre las percepciones y la identificación de los problemas, a la vez que orientan el diseño de cosas sobre la base de otras ya existentes, consideradas rentables y viables.

En la misma línea, pero justamente con una estrategia diferente —¿hasta de sentido contrario?— tenemos el artículo de Giardino y Muriel, «The Inflatable Team: Sistemas neumáticos experimentales de bajo costo». Los autores se plantean aquí un producto tan localmente radical, tan por fuera de lo esperable, tan alejado de ese «sentido común» provisto por los paradigmas vigentes que nos lleva a preguntarnos ¿cuál es el problema? Felizmente, al verlo se desprende que no solo buscan proveer refugios de manera novedosa sino que al hacerlo buscan provocar modos distintos de relación productiva entre las personas y usos diversos a los convencionales. Esta deliberada apuesta por la indeterminación y la apelación explícita al recurso de lo barato, lo espontáneo y lo accesible —algo que horrorizaría a cualquier relator anglosajón— nos lleva a un tema omnipresente en la problemática de la innovación: la compleja —y a veces inextricable— interacción entre los conocimientos codificados y los tácitos, las habilidades y las competencias no formales (Yoguel, 2000). También nos llama la atención sobre lo difícil que les resulta a los instrumentos establecidos —como las encuestas de innovación estandarizadas— (Lugones et ál., 2015) visualizar estos fenómenos tan informales y sumarlos así al conjunto de los logros de la región.

Aunque pueda parecer similar y lo primero que llama nuestra atención es un objeto neumático, blanco y flotante, el caso presentado por Galia Solomonoff expresa todas las diferencias provistas por el contexto. «BOB: un Pabellón Temporario / Contemporáneo», localizado en los jardines del Avery Hall de la Graduate School of Architecture, Planning and Preservation, de la Columbia University en Nueva York, nos presenta un diseño cuya novedad se basa en la crítica a las materializaciones, los usos y los conceptos que dominan las producciones contemporáneas del diseño del hábitat. Este caso del año 2011 nos permite interpelar a la teoría sobre innovación respecto de la cuestión específica del diseño como disciplina. Las encuestas de medición de innovaciones rezan que «las actividades de diseño estético u ornamental de los productos no son actividades de innovación, salvo que generen modificaciones, que cambien las características principales o las prestaciones de los productos» (Anlló et ál., 2014). Evidentemente el esfuerzo institucional —plasmado en las encuestas estandarizadas derivadas de fuentes consolidadas como el Manual de Oslo de la OCDE—[1] está fuertemente sesgado hacia un conjunto de fenómenos propios de los sectores productivos intensivos en tecnología y susceptibles de interactuar en los ambientes globales como farmacia, alimentos, autopartes y otros propios del sector productivo industrial. Entonces ¿qué nos dice esto sobre BOB en particular y sobre los campos representados en esta revista en general, cuando buena parte de sus logros pasarían desapercibidos para los instrumentos de medición de las innovaciones hoy establecidos?

Esto último nos da pié para ir al artículo de Pilar, Vera y Kennedy «Innovación en el diseño de mobiliario urbano sustentable» en el que presentan un objeto de equipamiento urbano cuyos fundamentos se centran justamente en estos aspectos que parecen pendientes en las conceptualizaciones sobre identificación y medición de innovaciones. El Iru —un objeto urbano multifunción, ambientalmente consciente— parece apelar en sus fundamentos, materialización y metodología tanto al diseño como actividad y al usuario como centro de esa actividad. Ambos elementos —el diseño ya no como operación de ingeniería y el usuario como agente activo de la innovación— son objeto actual de debate en los foros (Albornoz et ál., 2008).

En la misma dirección, y con la misma profundidad conceptual que los diseñadores de Iru, Manuel Torres nos presenta «Sobre el auténtico valor estratégico del diseño en la innovación» en el que hace un recorrido conceptual que fundamenta la relevancia del diseño como agente innovador en sí mismo. Para Manuel, los usuarios de las tecnologías también tienen un rol relevante y dan sentido a un único proceso básico de diseño que resulta efectivo aun en áreas de la realidad tan distantes entre sí como la seguridad vial, la producción algodonera o el fenómeno de las movilizaciones sociales —temas abordados por sus alumnes en sus cursos—. Estas conceptualizaciones nos recuerdan a Judith Sutz cuando refiere que «a la innovación, nada de lo social le es ajeno» (Sutz, 2002).

En «La experimentación técnica como eje del proceso de ideación», Bertoni, Veizaga y Hernández nos introducen en el mundo de Forma, Materiales y Proyecto, una materia electiva que busca innovar pedagógicamente a partir de cursar en contacto directo con los materiales, apartándose explícitamente del sentido común que establece relaciones lineales entre teoría y práctica. Meter las manos en la masa y pensar a la vez —ni antes ni después— parece ser la clave de la propuesta. Esto nos recuerda uno de los axiomas de la reciente teoría sobre el cambio técnico y social que dice que las innovaciones no surgen de las personas sino de los ambientes y en donde son claves los sistemas educativos y los aprendizajes por interacción (Lundvall, 2009).

«Renovar la mirada e innovar las prácticas en el aprendizaje de la ciudad ¿Para qué nos sirven los libros de urbanismo?» de Costa y Bertuzzi lleva al paroxismo el cuestionamiento a la compleja relación entre teoría y práctica. Y lo hace a partir de reflexionar sobre la propia materia con la que trabajan en su vida académica: la ciudad. ¿Cómo sería aquí «meter las manos en la masa»? Las autoras apuestan a que una selección bibliográfica adecuada y gestionada cuidadosamente, ayudará a comprender mejor ese objeto con el que no pueden, de hecho, interactuar en los cursos teóricos. Aquí vemos cómo la innovación es a la vez tema y problema. ¿Quién habría pensado en el mundo académico, hace no tantos años, que las propias cátedras debían transformarse en ambientes innovativos?

Parera y Moreira parecen suscribir este interrogante. «La colaboración social y tecnológica como habilidad innovadora: experiencias didácticas para la práctica profesional» es el artículo en que reflejan la respuesta que vienen ensayando en su práctica académica al cambiante y progresivamente diverso escenario del diseño. En este artículo —que refleja la manera de abordar una materia como una meta-reflexión sobre la complejidad de los procesos de enseñanza— nos damos de frente con un tema central en teoría de la innovación: los estilos de aprendizaje. Learning-by-doing, Learning-by-interacting, Learning-by-learning entre otros conceptos nos hacen pensar en la dificultad inherente a los procesos de producción y transferencia de conocimientos. Y la manera en que ambos plantean su materia —centrada en el aprendizaje colectivo y cooperativo entre cursantes— nos hace reflexionar sobre los nuevos modos de producción de conocimiento donde las habilidades para resolver problemas están socialmente distribuidas y localmente situadas (Gibbons et ál., 1997).

Sobre esto último, el artículo de Tonini, Rodríguez y García corona esta reflexión al preguntarse qué tan factible resulta el concepto innovador ciudad de 15 minutos extrapolado a nuestro medio. El caso se puede presentar de manera simple: si hay múltiples centralidades urbanas y los desplazamientos disminuyen, las ciudades responderán mejor a las nuevas exigencias que impone la lucha contra el cambio climático. A través de un recorrido conceptual y del análisis crítico de esta nueva idea de funcionamiento urbano, el artículo «Santa Fe y el modelo de ciudad de 15 minutos: ¿oportunismo de coyuntura o innovación y cambio paradigma?» analiza qué chances existen de aplicarlo a la ciudad de Santa Fe, dando cuenta de un tema central en la teoría de innovación: las adaptaciones a un nuevo escenario de aplicación de algo que ya funciona en otro lugar.

Tanto en este artículo como en los dos anteriores es donde más se manifiesta la relación no lineal, compleja y por momentos contra-intuitiva, entre conocimiento científico e innovación, entre investigación académica y problematización, entre mercado, sociedad y universidad como agentes en mutua construcción. A la vez nos permiten repensar el par sesgado innovación/tecnología a través del cual solemos asociar las innovaciones con los artefactos intensivos en conocimientos —sobre todo electrónicos— y eso nos hace olvidar que muchas soluciones novedosas, que cambian vidas, provienen de las ciencias sociales y de sus especiales maneras de problematizar la realidad.

Finalmente arribamos a la contribución de Fernando Diez. «Innovación, pero no a la que estamos acostumbrados», es un profundo cuestionamiento al modo en que la humanidad, en la fase capitalista, ha determinado su propio destino. Afortunadamente algunas de las preguntas ejemplares que se hace Fernando en su artículo se reflejan —en feliz sintonía— en las preocupaciones de otras contribuciones de este mismo número: ¿Cuánta agua se necesita diariamente para el lavado en casa? ¿Cuántos litros de combustible para desplazarse en las ciudades diariamente? No es casualidad —ni suerte de la editorial—. Esta coincidencia no hace más que reflejar otra recurrencia teórica: lo que es un problema para uno, es un problema para muchos.

Es tentador pensar que las innovaciones aparecerán para salvarnos del desastre, pero lo cierto es que son difíciles de identificar y caracterizar y, por tanto, de promover. Seguramente surgen de una racionalidad determinada, aunque sus trayectorias no suelen mostrar coherencia. Se necesitan políticas específicas —muchas de ellas universitarias— muy detalladas y muy situadas, basadas en conocimientos precisos sobre las capacidades y potencialidades disponibles en cada ambiente de cada región (Metcalfe et ál., 2012) y, aún así, será probablemente imposible saber qué pasará.

Qué son las capacidades de innovación y cómo se adquieren es algo que la teoría trata de definir prioritariamente y es en donde las universidades juegan un rol determinante en América Latina. ¿Por qué las universidades? Porque está establecido que las capacidades de innovación están asociadas a los conocimientos: capacidad de adquirir, generar y usar nuevos conocimientos, estimular su demanda e introducir en la práctica social las cosas nuevas derivadas de ellos (Arocena y Sutz, 1998). En nuestra región, a la inversa que en los países industrializados, ese esfuerzo depende casi por entero del sector público.

Las pretensiones de este número de Polis fueron presentar la temática de manera general y asociar las producciones recientes en el ámbito de la FADU-UNL a los tópicos recurrentes. Esperamos, estimada lectora y estimado lector, que estos comentarios sean de utilidad y que, en este aniversario, nos inviten también a pensar ¿En qué innovamos últimamente? ¿En qué precisamos innovar?

Pedro Choma

Arquitecto FADU, UNL / UNQ